jueves, 29 de diciembre de 2016
sábado, 24 de diciembre de 2016
La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.-
Natividad - Vitral en la Capilla de Los Misioneros de Guadalupe 1957
Federico Cantú 1907-1989
“José subió de Nazaret, ciudad de Galilea, a la Ciudad de David en Judea, llamada Belén –pues pertenecía a la Casa y familia de David–, a inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Estando ellos allí, le llegó la hora del parto y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no habían encontrado sitio en la posada.”
(Lucas 2, 4-7. Biblia de Nuestro Pueblo.)
El nacimiento de Cristo es uno de los temas fundamentales de la liturgia cristiana, y como tal ha sido objeto de representación por los artistas en innumerables ocasiones a lo largo de la historia.
Quizá la representación más antigua que podemos encontrar se remonta al período paleocristiano, a la imagen de la Virgen con el niño en su regazo que podemos ver en la llamada Capilla Griega de la catacumba de Priscila en Roma. Luego, los artistas bizantinos desarrollaron y definieron el tema, creando una serie de tipos iconográficos que pasarían a Occidente. Será durante el gótico cuando el tema de la Navidad adquiera un desarrollo completo, incorporando una cantidad de detalles y elementos anecdóticos, tomados muchos de ellos de la vida cotidiana, que imprimirá en estas representaciones un naturalismo que no se había visto antes. En lo esencial, los rasgos iconográficos introducidos en la Edad Media se mantienen en los siglos posteriores, aunque las férreas directrices impuestas por el Concilio de Trento en la cuestión de las representaciones religiosas por los artistas, harán mella también en el tema de la Navidad, suprimiendo de las pinturas todos aquellos elementos que no se mencionaban en las Sagradas Escrituras aprobadas por la Iglesia, y que en su opinión podían inducir a confusión.
Basta con hacer un repaso de las natividades anteriores al Concilio de Trento para comprobar fácilmente, cómo aparecen escenarios, personajes o situaciones de los que no se hace mención alguna en el Evangelio de Lucas. No debe pensarse que eran fruto de la imaginación de los artistas, sino todo lo contrario, estaban tomados de aquellas otras fuentes escritas de la tradición cristiana que Trento pretende evitar y que hasta entonces habían gozado de una gran popularidad entre los artistas. Fundamentalmente, estas otras fuentes eran algunos de los Evangelios Apócrifos, como el Protoevangelio de Santiago (siglo IV), el Evangelio del Pseudo Mateo (siglo VI) y el Libro de la Infancia del Salvador (siglo IX); la Leyenda Dorada (siglo XIII) de Jacobo de la Vorágine; las Meditaciones del Pseudo Buenaventura (siglo XIII); o las Revelaciones (siglo XIV) de Santa Brígida de Suecia.
Para ilustrar cómo se utilizaban indistintamente y a la vez estas fuentes, he elegido una preciosa obra maestra del gótico flamenco, la Natividad de Robert Campin que se exhibe en el Museo de Bellas Artes de Dijon. La obra pudo pintarse hacia el año 1425 y, aunque se carece de certeza, se cree que pudiera proceder de algún monasterio próximo a Dijon o quizás de la propia Cartuja de Champmol.
Entre las cosas que pueden llamar la atención al contemplarla, está la aglomeración de personajes, que como dice Tzvetan Todorov, más que integrarse se yuxtaponen; la tosca representación de algunos de ellos que contrasta con la técnica exquisita del realismo empleado en otros; o cómo el artista nos da a conocer los pensamientos de algunos personajes a través de las filacterias o cintas con textos que llevan en sus manos.
Para la narración de este episodio, el pintor se ha basado en la narración recogida en uno de los apócrifos, concretamente el Evangelio del Pseudo Mateo, que luego recoge igualmente en su obra Jacobo de la Vorágine. En él se cuenta como José, al darse cuenta que el parto era inminente, sale en busca de dos comadronas, pero cuando éstas llegan el nacimiento ya ha tenido lugar. A una de ellas, llamada Zebel (Jacobo de la Vorágine) o Zelomi (Pseudo Mateo), nos la muestra Campin de rodillas y de espaldas a nosotros, con una filacteria en la que puede leerse "la Virgen ha dado a luz". La otra comadrona, Salomé, situada frente a ella le contesta incrédula en otra cinta escrita "¿Una virgen que da a luz? Lo creeré si tengo pruebas". E inmediatamente su mano derecha, con la que iba a tocar a María, se seca o paraliza, de ahí la angustia de su rostro. Sin embargo, ante las súplicas de Salomé un ángel vestido de blanco próximo a ella le dice "Toca al niño y te curarás", produciéndose el milagro.
De este modo el artista nos resume la escena narrada por el Pseudo Mateo y que completa sería como sigue:
“Y Zelomi, habiendo entrado, dijo a María: Permíteme que te toque. Y, habiéndolo permitido María la comadrona dio un gran grito y dijo: Señor, Señor, ten piedad de mí. He aquí lo que yo nunca he oído, ni supuesto, pues sus pechos están llenos de leche, y ha parido un niño, y continúa virgen. El nacimiento no ha sido maculado por ninguna efusión de sangre, y el parto se ha producido sin dolor. Virgen ha concebido, virgen ha parido, y virgen permanece.
Oyendo estas palabras, la otra comadrona, llamada Salomé, dijo: Yo no puedo creer eso que oigo, a no asegurarme por mí misma. Y Salomé, entrando, dijo a Maria: Permíteme tocarte, y asegurarme de que lo que ha dicho Zelomi es verdad. Y, como María le diese permiso, Salomé adelanté la mano. Y al tocarla, súbitamente su mano se secó, y de dolor se puso a llorar amargamente, y a desesperarse, y a gritar: Señor, tú sabes que siempre te he temido, que he atendido a los pobres sin pedir nada en cambio, que nada he admitido de la viuda o del huérfano, y que nunca he despachado a un menesteroso con las manos vacías. Y he aquí que hoy me veo desgraciada por mi incredulidad, y por dudar de vuestra virgen.
Y, hablando ella así, un joven de gran belleza apareció a su lado, y le dijo: Aproxímate al niño, adóralo, tócalo con tu mano, y él te curará, porque es el Salvador del mundo y de cuantos esperan en él. Y tan pronto como ella se acercó al niño, y lo adoró, y tocó los lienzos en que estaba envuelto, su mano fue curada. Y, saliendo fuera, se puso a proclamar a grandes voces los prodigios que había visto y experimentado, y cómo había sido curada, y muchos creyeron en sus palabras.”
(Evangelio Apócrifo de Pseudo Mateo 13, 3-5.)
Otros detalles de la obra, en cambio, están tomados de las Revelaciones de Santa Brígida de Suecia. Por ejemplo, la vela que porta en la mano un anciano San José, y que se hace innecesaria ante la luz que desprende el propio Niño. También la descripción de la Virgen, con largos cabellos rubios sueltos sobre la espalda y vestida con un manto y una túnica blancos, corresponden al relato de la santa, tal como lo expuso en el capítulo 12 de su obra.
“Estaba yo en Belén, dice la Santa, junto al pesebre del Señor, y vi una Virgen encinta muy hermosa, vestida con un manto blanco y una túnica delgada, que estaba ya próxima a dar a luz. Había allí con ella un rectadísimo anciano, y los dos tenían un buey y un asno, los que después de entrar en la cueva, los ató al pesebre aquel anciano, y salió fuera y trajo a la Virgen una candela encendida, la fijó en la pared y se salió fuera para no estar presente al parto.
La Virgen se descalzó, se quitó el manto blanco con que estaba cubierta y el velo que en la cabeza llevaba, y los puso a su lado, quedándose solamente con la túnica puesta y los cabellos tendidos por la espalda, hermosos como el oro. [...] y en un abrir y cerrar los ojos dio a luz a su Hijo, del cual salía tan inefable luz y tanto esplendor, que no podía compararse con el sol, ni la luz aquella que había puesto el anciano daba claridad alguna, porque aquel esplendor divino ofuscaba completamente el esplendor material de toda otra luz.
Al punto vi a aquel glorioso Niño que estaba en la tierra desnudo, y muy resplandeciente, cuyas carnes estaban limpísimas y sin la menor suciedad e inmundicia. Oí también entonces los cánticos de los ángeles de admirable suavidad y de gran dulzura.
Así que la Virgen conoció que había nacido el Salvador, inclinó al instante la cabeza, y juntando las manos adoró al Niño con sumo decoro y reverencia, y le dijo: Bien venido seas, mi Dios, mi Señor y mi Hijo. Entonces llorando el Niño y trémulo con el frío y con la dureza del pavimento donde estaba, se revolvía un poco y extendía los bracitos, procurando encontrar el refrigerio y apoyo de la Madre [...]”
La tercera fuente de inspiración de la historia que nos cuenta Campin es el propio Evangelio de Lucas, de donde toma la adoración de los pastores y el lugar del nacimiento, un pesebre. En cuanto a la adoración de los pastores, al principio de la Edad Media solían representarse en el momento que recibían la noticia y quedaban como petrificados ante el acontecimiento sobrenatural que acontecía, como en las bóvedas de San Isidoro de León, pero con el paso del tiempo, empieza a recogerse por los artistas la idea expresada en el Evangelio de Lucas, según la cual, los pastores acudieron al establo y glorifican al Niño Dios, tal como hace Campin en esta ocasión.
En cuanto al escenario donde se produce la historia, tanto los apócrifos, Jacobo de la Vorágine y Santa Brígida señalan que se produjo en una cueva o gruta subterránea. Sin embargo, Campin abandona aquí esta idea y retoma la del Evangelio de Lucas, situándolo en un pesebre en ruinas. La idea del establo en ruinas la introducen precisamente los pintores flamencos en el siglo XV, y simboliza la antigua ley o antiguo testamento (el judaísmo), con cuyas piedras se edificaría la nueva ley, encarnada en el nuevo testamento (el cristianismo).
El escenario está reproducido con la riqueza de colores, la minuciosidad y el detallismo propio de la escuela flamenca, que no pudo menos que asombrar y maravillar a sus contemporáneos, como lo sigue haciendo hoy con nosotros. Ese mismo detallismo lo emplea en el paisaje luminoso que se abre al fondo del cuadro, y podemos descubrir un paisaje invernal del norte de Europa, con árboles podados, mujeres por un camino con cestos en la cabeza o a la puerta de una casa, veleros navegando, un cielo tímidamente azul con algunas nubes. Un paisaje que ayudaría al espectador flamenco a identificarse más fácilmente con la escena.
De esta manera, Campin representa tres escenas o momentos distintos de la vida de Cristo: el nacimiento, la adoración de los pastores y el castigo por la incredulidad de Salomé. Mientras los dos primeros son recurrentes, el tercero, en cambio, no es demasiado frecuente. Los tres episodios se muestran juntos, en un único panel, con lo cual, no sólo se entremezclan las fuentes que inspiran la obra sino los propios episodios narrados, subrayando esa idea de yuxtaposición de elementos que indicaba Todorov:
“…estamos sin duda ante un cuadro muy novedoso que pone en evidencia con gran intensidad los cambios que se han producido en la mentalidad de la época. Ante todo debemos observar en qué medida esta escena de la historia sagrada se acerca al espacio profano cotidiano. La propia presencia de las comadronas, colocadas en primer plano y que llaman nuestra atención con sus palabras, de esos personajes que han pasado a ser el centro narrativo de la escena, es significativa: se trata de un nacimiento como cualquier otro, como los nuestros, con comadronas a las que se llama para que echen una mano. También el tema de la duda al respecto de la Inmaculada Concepción, que se evoca tanto aquí como en los episodios de la vida de José, es eminentemente humano. La posición central de José no es menos significativa: vestido de rojo, capta nuestra mirada de inmediato; su rodilla derecha conforma el centro luminoso del cuadro. También el pequeño Jesús es sorprendente: en lugar de representar, como de costumbre, a un niño regordete que mira el mundo con confianza, Campin nos muestra a un recién nacido flaco e imponente, a un niño humano. Por lo demás, a Campin no le pareció suficiente la luz sobrenatural que emana de él (y que hace que la vela resulte innecesaria), mientras que sí lo era para santa Brígida; ha añadido la del sol, absolutamente natural, que se alza en el horizonte. Se produce aquí una especie de puja: la luz natural de la vela ha pasado a ser innecesaria debido a la luz sobrenatural que emana del Niño, que a su vez palidece ante la luz natural del sol. Al final vence el mundo natural.”
viernes, 16 de diciembre de 2016
Posadas
Fiestas tradicionales mexicanas para la temporada decembrina.-
Las posadas son fiestas que tienen como fin, preparar la Navidad. Comienzan el día 16 y terminan el día 24 de diciembre.
Su origen se remonta a los tiempos de la conquista. Cuando los españoles llegaron a México, los aztecas creían que durante el solsticio de invierno, el dios Quetzalcóatl (el sol viejo) bajaba a visitarlos. Cuarenta días antes de la fiesta, compraban los mercaderes a un esclavo en buenas condiciones y lo vestían con los ropajes del mismo dios Quetzalcóatl. Antes de vestirlo, lo purificaban lavándolo. Salían con él a la ciudad y él iba cantando y bailando para ser reconocido como un dios. Las mujeres y los niños le ofrecían ofrendas. En la noche, lo enjaulaban y lo alimentaban muy bien.
Nueve días antes de la fiesta, venían ante él dos "ancianos muy venerables del templo" y se humillaban ante él. Durante la ceremonia, le decían: "Señor, sabrás que de aquí a nueve días se te acabará este trabajo de bailar y cantar porque entonces has de morir". Él debía responder: "Que sea muy en hora buena". Llegado el día de la fiesta, a media noche, después de honrarlo con música e incienso, lo tomaban los sacrificadores y le sacaban el corazón para ofrecérselo a la luna. Ese día en los templos se hacían grandes ceremonias, dirigidas por los sacerdotes, que incluían ritos y bailables sagrados, representando la llegada de Quetzalcóatl, así como ofrendas y sacrificios humanos en honor a él.
Durante el mes de diciembre, no sólo festejaban a Quetzalcóatl, sino que también celebraban las fiestas en honor a Huitzilopochtli. Estas fiestas duraban veinte días, iniciaban el 6 de diciembre y terminaban el 26 del mismo mes, eran fiestas solemnes que estaban precedidas por 4 días de ayuno y en las que se coronaba al dios Huitzilopochtli poniendo banderas en los árboles frutales. Esto es a lo que llamaban el "levantamiento de banderas". En el gran templo ponían el estandarte del dios y le rendían culto.
El pueblo se congregaba en los patios de los templos, iluminados por enormes fogatas para esperar la llegada del solsticio de invierno. El 24 de diciembre por la noche y al día siguiente, 25 de diciembre, había fiestas en todas las casas. Se ofrecía a los invitados una rica comida y unas estatuas pequeñas de pasta llamada "tzoatl".
Los misioneros españoles que llegaron a México a finales del siglo XVI, aprovecharon estas costumbres religiosas para inculcar en los indígenas el espíritu evangélico y dieron a las fiestas aztecas un sentido cristiano, lo que serviría como preparación para recibir a Jesús en su corazón el día de Navidad.
En 1587 el superior del convento de San Agustín de Acolman, Fray Diego de Soria, obtuvo del Papa Sixto V, un permiso que autorizaba en la nueva España la celebración de unas Misas llamadas "de aguinaldos" del 16 al 24 de diciembre. En estas Misas, se intercalaban pasajes y escenas de la Navidad. Para hacerlas más atractivas y amenas, se les agregaron luces de bengala, cohetes y villancicos y posteriormente, la piñata.
En San Agustín de Acolman, los misioneros convocaban al pueblo al atrio de las iglesias y conventos y ahí rezaban una novena, que se iniciaba con el rezo del Santo Rosario, acompañada de cantos y representaciones basadas en el Evangelio, como recordatorio de la espera del Niño y del peregrinar de José y María de Nazaret a Belén para empadronarse. Las posadas se llevaban a cabo los nueve días previos a la Navidad, simbolizando los nueve meses de espera de María. Al terminar, los monjes repartían a los asistentes fruta y dulces como signo de las gracias que recibían aquellos que aceptaban la doctrina de Jesús.
Las posadas, con el tiempo, se comenzaron a llevar a cabo en barrios y en casas, pasando a la vida familiar. Estas comienzan con el rezo del Rosario y el canto de las letanías. Durante el canto, los asistentes forman dos filas que terminan con 2 niños que llevan unas imágenes de la Santísima Virgen y de San José: los peregrinos que iban a Belén. Al terminar las letanías se dividen en dos grupos: uno entra a la casa y otro pide posada imitando a San José y la Santísima Virgen cuando llegaron a Belén. Los peregrinos reciben acogida por parte del grupo que se encuentra en el interior. Luego sigue la fiesta con el canto de villancicos y se termina rompiendo las piñatas y distribuyendo los "aguinaldos" (pequeñas bolsas rellenas con dulces y fruta que se obsequian en las posadas, conformados por frutas como caña, jícama y tejocote; y mezcladas con cacahuates y con los tradicionales dulces de colación, que son semillas cubiertas de caramelo de diferentes sabores).
Fray Diego de Soria, prior del convento de San Agustín de Acolman, obtuvo el permiso del Papa Sixto V para celebrar en la Nueva España las Misas de Aguinaldo, que consistían en nueve misas en las que se concedía indulgencia plenaria a quienes cumplían con dicho novenario.
Estas misas se realizaban del 16 al 24 de diciembre, haciendo alusión cada una de ellas a los meses de embarazo de María la Virgen, para terminar con la última en la víspera de la Navidad. Esta es la razón por la que en México se acostumbra más celebrar la cena del 24 que la comida del 25, como se hace en la mayoría de los países del mundo.
En un principio, estas misas tenían lugar en el atrio de las iglesias, donde se iniciaba una procesión para acompañar las imágenes de José y María (hay quienes conservan aún esta tradición) recordando así el recorrido que ellos hicieron por Belén pidiendo posada. Mientras unos cargaban el misterio, los demás feligreses cantaban llevando velas encendidas en sus manos para después pasar al rezo del Rosario y las letanías.
Para terminar la festividad con un toque de alegría, los fuegos artificiales y las piñatas formaban parte de esta tradición. Después acostumbraban cenar rico ponche caliente con buñuelos.
Así, lentamente, la tradición fue desapareciendo del atrio de las iglesias para introducirse en cada hogar, donde hasta la fecha se celebran las tradicionales Posadas Navideñas.
Alternativamente, la “pastorela” se desarrolló a partir del siglo XVI como un género dramático religioso, similar a los autos de Navidad, arraigando especialmente en México. La palabra proviene de la voz francesa «pastourelle». Como género dramático religioso, la "pastorela" tuvo su origen en los autos sacramentales traídos al Nuevo Mundo por los misioneros franciscanos aprovechando algunos aspectos de la primitiva dramaturgia de la cultura Náhuatl y otros pueblos indígenas americanos. A lo largo de cuatro siglos, la expansión geográfica y cultural de las pastorelas ha desarrollado un rico tapiz regional.
Entre las más antiguas pastorelas en el México colonial se menciona “La Comedia de los Reyes”, representada en 1527 en el atrio de la que luego sería la Catedral de Cuernavaca; y entre las más famosas, está la pastorela de Tepotzotlán, escrita por Jaime Saldívar y Miguel Sabido en 1963, que se pone en escena cada año en la hostería del convento de Tepotzotlán. Como muchas otras tradiciones populares, estas representaciones fueron recogidas por el Teatro Campesino incluyendo en sus dramatizaciones aspectos sociales y políticos.
Otras fuentes proponen entre las más rancias representaciones la "pastorela de Zapotlán", donde todavía se relata en lengua indígena la primera batalla entre San Miguel y Lucifer; y la "pastorela del Altillo" en la ciudad de México.
En 1530, fray Juan de Zumárraga, primer obispo de la Nueva España, expidió una ordenanza para celebrar una “Farsa de la Natividad Gozosa de Nuestro Salvador”. A partir de estos principios, se han escrito entremeses y coloquios, inicialmente por los franciscanos que fueron los primeros en llegar a tierras novohispanas. Un poco más tarde le siguieron otras órdenes religiosas. Posteriormente, con los autores laicos, las pastorelas navideñas se alejaron de su contenido religioso para adquirir un carácter más popular de la Navidad en México, que refleja costumbres y formas de vida de las clases sociales, y se dieron también versiones locales.
El argumento básico de una pastorela consiste en que unos pastores intentan ir a Belén para adorar al Niño Dios recién nacido, pero un grupo de diablos pone toda clase de obstáculos en su camino para impedirlo. Al final vence el bien, Lucifer es derrotado por San Miguel o por un “ángel”, y los pastores entregan regalos para el Santo Niño, lo arrullan y le cantan villancicos. Todos los asistentes besan al Niño y con la tonada de la despedida se termina la actuación.
Los personajes en las pastorelas son pastores, diablos, ángeles, arcángeles y un ermitaño. Frecuentemente hay otros protagonistas adicionales como indios, rancheros, un monje y otros. Aunque la Virgen María, San José y el Niño Jesús suelen estar presentes como figuras del Nacimiento, en algunas pastorelas son personas quienes los caracterizan, pero no forman parte en el diálogo, como pasaba en el “Auto de la Adoración de los Reyes Magos”.
Los pastores están encabezados por una o dos Gilas, cuyo esposo suele ser Bato, pero en ocasiones es Bartolo. Tanto Bato como Bartolo son personajes cómicos; son bobos, golosos y flojos. Bartolo tiene otra función: debido a su ignorancia hace constantemente preguntas sobre lo que está pasando.
Las respuestas sirven para relatar las circunstancias del peregrinar de María y José, del nacimiento de Jesús, de la adoración de los Reyes y al contestarle, la Pastorela se vuelve un eficaz método de enseñanza de la historia sagrada. El ermitaño apoya los afanes de los pastores con oraciones. Los diablos están encabezados por Lucifer, su ayudante Asmodeo y un grupo de “demonios”.
Existen pastorelas donde los siete pecados capitales se encuentran representados como diablos. Entre el grupo de ángeles nunca falta San Miguel, encargado de entablar duras batallas con los demonios, a quienes finalmente vence. El arcángel San Gabriel anuncia el nacimiento del Redentor, sin embargo éste no siempre es parte del elenco en una pastorela.
Paralelamente, en estas fiestas se desarrolla otra tradición mexicana como es la de romper la piñata. Cabe recordar que los misioneros aprovecharon la tradición azteca y comparaban la olla de barro que está dentro de la piñata con el mal que se encuentra dentro de los seres humanos y el cual no se puede ver porque está escondido entre muchos adornos.
Con respecto a los siete picos que adornan una piñata, representan los pecados capitales: la soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. Estos pecados se deben contrarrestar practicando las virtudes contrarias: humildad, generosidad, pobreza, paciencia, templanza, caridad y diligencia.
La persona que le pega a la piñata representa al creyente que con su fe, que es ciega (por lo que está vendado), y con la gracia y ayuda de Dios (por eso cuenta con un palo) le pega al mal hasta que lo destruye. Así, deja salir todas las gracias bendiciones, talentos y valores que Dios da a quienes creen en Él para luchar contra el mal.
Estas bondades están representadas por los dulces y frutas de la piñata como un regalo.
Los aspectos comunes más importantes de las posadas, son el pedir posada con los villancicos tradicionales, el rezar el rosario, el romper la piñata, y claro que nunca pueden faltar los aguinaldos, el ponche, las velas, la fruta, las luces de bengala y en algunas ocasiones la cena (principalmente a base de tamales) y los regalos.
Sin embargo, muchas personas recuerdan que tanto el Adviento y las posadas tiene un objetivo: prepararse para recibir a Jesús en el corazón de cada hogar, la esperanza en un mañana mejor y el deseo de vivir en paz, que pertenecen a todo ser humano.
Las posadas tradicionales tienen ligeras variantes de acuerdo al lugar en donde se celebran y han ido cambiando con el tiempo, sin embargo, para empezar, en varias poblaciones las posadas se efectúan en las calles del vecindario, las cuales previamente se adornan con hilos de heno y faroles. Y en otras muchas poblaciones se sustituyen los tradicionales peregrinos de barro por elementos vivos, causando mayor emotividad entre los asistentes.
No existe templo, parroquia o capilla, por pequeña que sea, que durante el período del 16 de diciembre al 6 de enero, no levante un Nacimiento, en ocasiones con verdaderas joyas escultóricas o figuras de barro realizadas en Tonalá o Tlaquepaque, Jalisco, y celebre las posadas con cantos religiosos, guijolas, panderos, triángulos, etc., para crear mayor alegría en los asistentes.
Fue San Francisco, nacido en 1182 en Asís, Italia, quien después de conseguir una autorización del Papa Honorio III, instaló el primer Nacimiento en la ermita de Greccio, en 1223. El religioso celebró el nacimiento de Jesús, colocando un altar frente a la ermita con una escenografía mínima; colocó luminarias por el monte y repartió hachas encendidas entre los frailes y los campesinos que lo acompañaban, lo que atrajo a muchos habitantes de la ciudad. Él cantó el Evangelio invitando a todos a participar en el nacimiento del redentor y los campesinos reprodujeron el histórico acontecimiento. Tiempo después, sobre el pesebre de Greccio se erigió una iglesia en conmemoración de San Francisco.
El poeta tabasqueño Carlos Pellicer describió la representación del Nacimiento de la siguiente manera: “Y en una gruta, bajo el cielo de Navidad, arregló el pesebre, colocó el buey y el asno; sobre el pesebre, puso el ara en la cual un sacerdote operó el ritual de la misma, cuyo valor histórico, plásticamente hablando, no tiene par”.
Existen testimonios de que las religiosas franciscanas elaboraban bellísimos Nacimientos, especialmente con Niños Jesús de cera, hermosas piezas escultóricas que permanecían en exhibición durante un año. Los artesanos mexicanos asimilaron rápidamente las técnicas artísticas traídas de Europa, de manera que las maderas estofadas y policromadas fueron comunes en los Nacimientos mexicanos de la Colonia. Al paso del tiempo, las figuras se hacían con ropa más elaborada, que procedía de conventos y casas particulares. Las caras, pies y manos eran generalmente de cera o barro, luego el Nacimiento se modificó hasta llegar a ser una abigarrada mezcla de estilos y motivos en los que aparece el portal rodeado de magueyes, guajolotes, pastores y tipos populares del México romántico del siglo XIX: el carbonero, el cazador, la tamalera, etc., hechos de barro, cera, madera, de fibras vegetales, hojalata, trapo y de todo material que corresponde a las ramas artesanales del país.
El origen de la tradición relacionada con el árbol de Navidad es más difícil de precisar, pero es también europeo, germánico. Se dice que los antiguos germanos –tal vez visigodos u ostrogodos–, durante el solsticio de invierno (21 de diciembre) hacían rituales relacionados con la renovación de la vida con el propósito de pedir a las deidades el retoño de las plantas y la victoria de la luz sobre las tinieblas, para ello adornaban árboles de pino o abeto con objetos brillantes y velas encendidas, y danzaban alrededor de tales árboles. Otra interpretación afirma que los antiguos germanos solían colocar velas y pan en los árboles durante las noches de invierno para que los viajeros o peregrinos pudieran seguir su camino y alimentarse.
Para las fiestas navideñas de 1864, el Palacio Imperial de Chapultepec, remodelado al gusto de Maximiliano I de México y su esposa Carlota, presentó algo extraordinario, algo que los mexicanos no habían visto jamás: un gran pino colocado al centro de uno de los salones del palacio, y el pino decorado con listones, velas, frutas y regalos a sus pies.
Los aristócratas mexicanos que tuvieron oportunidad de ver ese árbol navideño de inmediato adoptaron la idea y colocaron en sus casas y mansiones uno similar. Así empezó esta costumbre europea, desconocida en el país, traída a México por Maximiliano de Habsburgo y Carlota de Bélgica.
Luego de la caída del 2° Imperio, el uso del árbol de Navidad empezó a caer en desuso y se recuperó la tradición del nacimiento, más arraigada desde la época virreinal.
Sin embargo, en 1878 reapareció públicamente un árbol de Navidad ornamentado para las fiestas. Éste fue obra de Miguel Negrete –rival político de Porfirio Díaz–, quien lo adornó de manera tan espectacular que fue mencionado en varios periódicos y visitado por muchísima gente. A partir de entonces y luego de la Revolución, el uso del pino adornado volvió a retomarse, y hoy día todos los hogares mexicanos adornan su árbol con luces, esferas y guirnaldas, de manera espectacular.
¿Por qué duran 9 días las posadas?
Aunque el peregrinar de José y María no duró nueve días, los frailes, lo acomodaron así para conseguir una novena y se le dio a cada día un significado:
1. La humildad para convivir con armonía.
2. La fortaleza para realizar los deberes diarios.
3. El desprendimiento para rechazar todo deseo que desvíe de la fe cristiana.
4. La caridad, amar al prójimo.
5. La confianza en la misericordia divina.
6. La justicia para obrar con rectitud.
7. La pureza para rechazar al Maligno.
8. La alegría para alcanzar el cielo.
9. La generosidad para entregarse al servicio de Dios.
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